lunes, 10 de mayo de 2010

MADRID.-4ª DE SAN ISIDRO. TO ER MUNDO E GÜENO / Por Domingo Delgado de la Cámara

El poderío de Rafaelillo

Por Domingo Delgado de la Cámara
Madrid 10/05/2010
Ya saben ustedes como es la plaza de las Ventas: da bandazos entre la intransigencia más cerril y la benevolencia más pueblerina. Depende del cartel. Ayer tocaba triunfalismo y bota de vino, y el agraciado fue Rafaelillo. A pesar de haber estado muy por debajo de un gran lote de Dolores Aguirre, Rafaelillo dio una vuelta al ruedo y cortó una oreja ante el beneplácito general. To er mundo e güeno. A veces...

Madrid. Plaza de Las Ventas. Domingo 9 de Mayo de 2010. Cuarta de San Isidro. Lleno. Tarde soleada y fría. Cinco toros de Dolores Aguirre, bien presentados salvo el tercero, que era muy terciado. De muy buen juego eprimero, tercero y cuarto. El segundo difícil, el sexto infernal. Un toro de Fernando Peña lidiado en quinto lugar, muy parado.
Rafaelillo (azul y oro): Aviso, vuelta al ruedo; una oreja.
Fernando Cruz (burdeos y oro con cabos negros): Silencio; aviso y silencio. Joselillo (grana y oro): Aviso, silencio. Cogido por el sexto, presentó una cornada de veinte centímetros en la cara interna del muslo derecho. Pronóstico grave. Juan Navazo saludó tras banderillear con autoridad al segundo de la tarde.

Se estaba lidiando el segundo de la tarde. Estaba rajado y solo quería tablas. Su lidiador, Carlos Hombrados, no podía sacarlo más allá de las rayas. En esto, Juan Navazo salió desde las tablas y colocó un gran par al sesgo. ¡Sí señor! ¡Así se banderillean los toros! Es absurdo empeñarse en banderillear a todos los toros en el tercio. Cuando el toro es difícil conviene ahorrar capotazos. ¿Dónde hay que banderillear? Allí donde el toro se pare. Y eso hizo Navazo. Bien hecho: una lección de buena lidia en unos tiempos en que el buen orden y la buena colocación suelen brillar por su ausencia. Luego, ese toro arrolló con la cara alta y Fernando Cruz se lo quitó de en medio y punto. Tampoco pudo hacer mucho con el toro de Fernando Peña, rajado desde el principio.

Rafaelillo es un experto en las corridas duras. Es capaz de salir airoso de los trances más difíciles. Es un profesional, pero no es un artista. Y ayer, de modo inesperado y sorprendente, le tocó un lote para artistas. Un lote de consagración con un cuarto toro de ensueño. Al primero, muy noble y pronto, le dio dos seriecitas apañadas, una por cada pitón. Pero el toro tenía mucho más. El cuarto fue ese atanasio de clase excepcional que ha consagrado a tantos toreros durante los últimos sesenta años. Embestida larga y templada, como para torear de salón. La primera parte de la faena fue muy ligera y de medios muletazos. Rafaelillo dio después dos series con la derecha más ligadas con muletazos más largos. Mejor al final que al principio, pero siempre por debajo de un toro con un cortijo en cada pitón. Además, el toro era suavón y medio rajadete, el no va más para un torero. Tras un pinchazo, es decir, obviando la suerte suprema, le dieron una oreja en un ambiente de contento un tanto infantil. (Cuando aparezca por aquí el señor don Julián López Escobar, espero y deseo el mismo trato).

La corrida tuvo otro toro bueno, el tercero que, por cierto, era muy terciado. Es evidente que tía Dolores guarda los pavos para Pamplona. El torito fue bueno y alegre. Joselillo no se acopló en ningún momento. La faena no tuvo argumento ninguno y los muletazos surgieron rápidos y sin ligazón.

Pero no se crean ustedes que todo el monte fue orégano. Tras el almíbar vino el acíbar. El sexto toro explicó por qué la torería andante teme tanto a los astados de Dolores Aguirre. Este sexto fue un demonio, manso y con poder, llegando a derribar dos veces con gran estrépito. Tenía un sentido asesino por ambos pitones, como se vio en el segundo tercio. Un animoso e ingenuo Joselillo lo citó en los medios dispuesto a torear en redondo. Una insensatez. Después de tres coladas, a la cuarta prendió al torero de modo dramático. Afortunadamente la cosa quedó en una cornada en el muslo. Gracias a Dios porque pudo haberlo matado. Rafaelillo, perro viejo y que sabe lo suyo de marrajos, se quitó al bicho de en medio sin contemplaciones.

Una cosa quedó clara: después de varios días de bostezo general, ayer nadie se aburrió.

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